sábado, 27 de diciembre de 2025

Estoy escribiendo nuevo libro de poesía de ciencia-ficción

 Obsolescencia de las máquinas de cortar el cesped


Paula Irupé Salmoiraghi



Ya no cortamos el pasto.

Pertenecen al museo las máquinas

podadoras: las manuales que giraban como trompos de cuchillas,

las eléctricas con alargues que se enredaban,

las a nafta porque ya no más combustibles fósiles,

las que aullaban

mientras dejaban tras de sí la prolijidad

de los suelos pelados.


Hemos aprendido a valorar la caricia

del yuyo que crece a su aire,

que roza nuestras rodillas, nuestros tobillos, quiźas

hasta los muslos, con suerte

acunadores de pasos y siestas verdes.

Festejamos la zarza y la menta,

la carne gorda que florece, el trébol

de tres o cuatro hojas, las abejeras,

las mariposeras, las campanitas blancas

que se descubren una mañana y al otro día

se han transformado en otra cosa,

las rocío, las lágrimas de San Lucía,

los malvones alocados, las enredaderas

de trompetas violetas que antes

solo dejábamos cubrir los alambrados del tren.


Hay unas hermosas cubresuelo que dan

frutillas rojas y amarillas que comen

los cascarudos, los mamboretás, dejamos

que el agua se encharque y nos destruya

las horribles ruinas de cemento y asfalto,

somos: les rebrotades, les felices verdes.


Ahora sabemos no mutilar ni dirigir.


Lo salvaje es hermoso porque crece 

porque sí y donde quiere.


Ya no “tenemos” jardines: la pradera

y el humedal nos dejan habitarles.

Somos mariposa y colibrí,

somos zorzal que busca lombrices

debajo del compost, de la higuerilla,

del palam palam y la mburucuyá, venteveo

que lleva y trae semillas y agua, paloma

que aletea como gallina pero no cacarea.


No hay comentarios:

Publicar un comentario