Todo el tiempo del mundo
Me gusta estar en mi casa
para quejarme de los trabajadores
que, desmalezadora al hombro,
me tocan el timbre porque no comprenden
el sentido de la pradera salvaje
que crece en mi vereda.
Me gusta estar en mi casa
para abrirles y cerrarles el portón a mis perris
y ver cómo viene el de al lado a jugar
y el viejo chapa de enfrente les grita chu-chu
o les canta
La pulpera de Santa Lucía.
Recién atendí a una chica
que venía vendiendo zoquetes de dama, de niñie
y rollos de papel higiénico.
Le compré un pack de tres zoquetes para mí y le dije
que parecía que se iba a largar a llover de nuevo.
"Puede ser", me respondió pero se notaba
que no le entusiasmaba mucho la idea.
"¿Qué hora será? ¿Sabe, doña?", me dijo mientras
me daba el vuelto en efectivo.
"Tipo 3 y media, 4. ¿Me esperás que me fijo en el celu?
¿Viste que ahora sin celu una no sabe ni dónde vive?"
Ja. Le causó gracias. Eran, efectivamente,
las 15.33. "Gracias, doña, dioslabendiga", me dijo y cerré
lentamente la puerta.