Canto rodado
Mi mamá era arquitecta pero no era
feliz.
Tenía cinco hijes pero no
había querido ser madre.
Yo era la mayor, la que
le impuso el título y la
seguidilla, une por año casi.
Mi mamá se quejada de que
el corralón no entregaba a tiempo
los materiales, a mí
solamente me importaba
el canto rodado.
Canto rodado, canto
rodado, rodado, yo
no sabía a los 4 o 5 años
de dónde venían ni las piedritas ni el nombre sonoro
pero sabía elegirlas y jugar
sin metérmelas a la boca como
los mocosos.
Luego un tiempo de pensar en el río,
en el agua y su poder de roer y llevar y traer
en el tiempo.
Luego fui madre y feliz y a ella
le gustaron bastante sus nietes mientras
no le dijeran abuela.
Hace años que ella murió y el canto rodado
fue reemplazado en las construcciones
por piedritas grises, opacas, todas iguales,
sin redondeces ni recuerdos
fluviales.
Ahora
haciendo pozos en la casa que me compré
con la herencia que me dejó,
hundiendo mis manos viejas en la tierra
para llenar los baldes rotos y los tachitos
que uso como macetas
encuentro los antiguos brillos de bordes pulidos.
Las lavo, las vuelvo a acunar,
las pongo en los repechos de mis ventanas
y en los estantes de mi cocina. Me dan ganas
de saborearlas.
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