Leo a Juanele Ortiz para intentar
definir el gótico mesopotámico de Mariana Enríquez.
Me siento poeta y monstruosa,
desgajada y rebrotando,
trasplantada e híbrida
de bruja gualichera
y niña perdida.
Si trato de identificar qué necesitaría
en este momento exactamente,
deseo hablar con los muertos, traer
a mi papá y a mi mamá a ver mi casa nueva.
Aunque le vieran, como siempre, todos los defectos,
me harían sentir bien. Mi papá
pondría clavitos en las paredes y mi mamá
me recordaría lo al pedo
que junto papeles y libros viejos.
Inédito. De (quizás) algo titulado La vieja del agua.
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