LA BIBLIOTECA DEL FIN DEL MUNDO
De El fin de la era farmacopornográfica
Tantas veces hicimos la jodita
esa de preguntar qué libro te llevarías
a una isla desierta y ahora
acá estoy con mi Quijote
odiándolo
porque es el único que me traje, porque en él
está todo y no está nada, porque extraño
todos los seres y universos que dejé
en mi casa la de allá abajo, la terrestre,
la que dicen
que estará idéntica a sí misma
cuando volvamos.
La locura del manchego
se me contagia y veo
gigantes malignos entre las ollas
de la cocina de la nave,
Sansones Carrasco en las escotillas
de las naves vecinas,
curas y barberos en las pantallas de comunicación online.
Su idealismo, en cambio,
necesita que lo busque más, que lo llore menos,
que cierre más los ojos y me deje llevar hacia atrás, hacia los si-glos
en que un pobre viejo y su vecino
pudieron sobrevivir a pan y cebollas (que ni amor
y agua fresca había),
que me haga cargo
de que todes hemos sido exiliades,
alguna vez, de nuestro multiverso bibliovital.
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