Con un vaso de licor
y un pucho en la mano,
a las dos de la mañana en mi cocina,
mientras caliento los fideos
que mi hijo menor preparó
a mediodía,
he decidido
que necesito volver a enamorarme.
Pienso en el amor y dos cosas
me vienen a la cabeza:
una es buena y la otra es mala:
pienso en Gustavo y en escribir.
Lo segundo es la buena.
Tengo que corregir lo primero.
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